Los seres humanos somos, esencialmente,
seres sociales, por lo que continuamente estamos interactuando entre nosotros y
con el medio en el que nos insertamos. Esa interacción, la ejercemos a través
del acto de comunicar, que, desde mi
punto de vista, es el proceso que utilizamos para la transmisión de
información, conocimientos, experiencias, ideas, signos o símbolos con el
objetivo de compartirlas a los otros en la sociedad. De ahí que el verbo comunicar provenga del
latín communicare que significa “compartir
información, impartir, difundir”, y que éste a su vez, derive del término
latino communis que se refiere a “lo
común, lo mutuo, lo participado entre varios”.
En este sentido, lo que hacemos cuando
hablamos o escribimos es compartir información al conjunto de la comunidad en
la que nos hallamos, y, por lo tanto, contribuir al desarrollo de la misma.
El acto de comunicar, es un acto
inherente a nuestra naturaleza, ya que nos permite asociarnos y vincularnos con
los demás, cuya finalidad es crear un sistema de signos y símbolos (cultura)
que nombre a las cosas de una determinada forma que otorgue sentido al mundo en
el que vivimos. Por eso pienso que el lenguaje va íntimamente ligado a los
esquemas de pensamiento pre-configurados por la cultura en la que hemos
nacido/vivido los primeros años de nuestra vida, siendo este hecho, el que
determinará decisivamente la conformación de la cosmovisión y la forma propia
de percibir el mundo para el resto de nuestra vida, llegando a ser totalmente
diferente si hubiésemos nacido/vivido en otra cultura.
Por esta razón, considero que el
aprendizaje de una lengua nueva, además de requerir el dominio completo de las
competencias lingüísticas, también, precisa que aprehendamos e interioricemos
la esencia implícita y la visión particular que esa lengua en concreto
contiene, integrándola en los esquemas que nuestra lengua materna ha impreso en
nosotros, enriqueciéndolos y aportando un nuevo sentido mucho más integral a
los mismos, y, en consecuencia, a nosotros mismos.